No sirve ni es adecuado en todas las ocasiones, pero muchas veces sí que funciona. Así que el niño o niña está disgustado porque está sufriendo una frustración. Por ejemplo quiere algo que no puede tener en ese momento, o porque no es apropiado. Y llora y muestra el enfado. Una actitud nuestra favorable es, por un lado decirle que está bien si está enfadado, pero que no es necesario enfadarse. No importa si lo entiende bien o no, se lo decimos. Y por otro lado, le preguntamos algo como: “¿no te gustaría sentirte bien ahora, como cuando estamos jugando en los columpios?”. Podemos hacer un gesto como si estuviéramos en los columpios. Vamos guiando al niño para que recuerde las sensaciones tan agradables de subir y bajar, de la brisa en la cara, de la alegría…va saliendo del enfado y la frustración y le vamos hablando sobre situaciones que sabemos que le gustan o le atraen, le vamos guiando hacia sentimientos agradables y finalmente, sale de ese estado (en pocos minutos) y ya podemos seguir adelante.
Esto tiene una gran ventaja: ni el niño ni el adulto necesitan experimentar disgusto, frustración, enfado.
Y se crea una relación intensa y sólida, porque el adulto está ayudando de verdad al niño a gestionar las emociones. Y el niño lo sabe (si se lo preguntáramos no sabría responder, pero sí que lo nota).