Hay niños que comen bien. Comen de todo y en cantidades suficientes. Incluso podemos observar que disfrutan de la comida. ¡Qué gusto!
Pero hay otros niños que no, que no comen bien. Que no les gusta casi ninguna comida. Que comen poco. Que para conseguir que coman algo hay que hacer teatro, contar cuentos, enfadarse, chillar…Y aún hay otros niños que la comida les resulta muy aversiva, desagradable, y se comportan de la manera que sea con tal de evitar ese momento horrible.
En el artículo de hoy comentaré las causas de esta conducta problemática. En un próximo artículo (¿por qué come tan mal? (II)) explicaré las soluciones.
Los hábitos alimenticios son un conjunto de reglas elaboradas a partir de unas necesidades de nutrición, de salud (masticando bien, por ejemplo), de normas sociales (comer con cubiertos, comer sentado…). Se aprenden poco a poco desde pequeños e implantarlos puede ser o fácil, si el niño es colaborativo, o difícil, si no lo es. Pero también puede costar implantar estos hábitos alimenticios por costumbres de los padres o cuidadores, por carencias o limitaciones de los adultos.
Los tipos de problemas que presentan los niños en general ante la comida, pueden ser:
- Comer demasiado rápido, masticando mal àpuede provocar problemas digestivos
- Comer demasiado lento à hace “bola” y no traga nunca
- Comer demasiada cantidad à puede dar lugar a obesidad, sobrepeso, bulimia y los problemas de salud que eso implica
- Comer poca cantidadà desnutrición, desequilibrio de minerales y vitaminas, en casos extremos puede conducir a la anorexia
- Negarse a comer (y montar escenas para conseguirlo)
- Rigidez en cuanto a las clases de alimentos que quiere comer
- Vomitar lo ingerido
Es esperable que algunos o muchos de estos problemas, ocurran de modo natural. A los niños no les gusta todo lo que les presenta el adulto para comer, porque no tienen desarrollado el sentido del gusto parecido al del adulto. Pueden notar los nervios o el mal humor del adulto y ponerse también nerviosos, hacer el “tonto”, enfadar más al adulto, y crear un tipo de comportamiento negativo. La cuestión es observar cuánto dura la conducta negativa, por ejemplo, pasa cada vez que hay que comer, o una vez a la semana, o solo de vez en cuando, o solo con determinados alimentos, o solo en presencia de tal o cual persona…
Cuando es un tipo de conducta que se va instalando y distorsiona mucho las horas de comer, nos tenemos que plantear si se ha convertido ya en un problema.
Un aspecto esencial en los problemas con la comida, es tener en cuenta la conducta de los adultos. Por ejemplo, en negarse a comer, esta conducta puede haberse aprendido porque sin saberlo, la madre (o la persona encargada) se lo ha enseñado. Cuando de bebé cierra la boca y gira la cabeza hacia el otro lado (de la comida), puede resultar gracioso y la madre sonríe. A veces, puede querer que esa gracia la repita ante otras personas. Y ya está establecida una conducta que se va a mantener por que obtiene la atención de los adultos. ¿Cuándo va a convertirse en un problema? Cuando ya no sea gracioso sino molesto.
Existen tres factores que influyen de manera decisiva en que se aprendan ciertos comportamientos alimenticios (los buenos y los “malos”):
La Atención
Ya sabemos que la atención es el reforzador más poderoso. Una madre, puede estar preocupada por la salud de su hijo y por tanto valora muchísimo lo que come y cuánto come. Justamente, le presta más atención cuando su hijo no quiere comer. Entonces (como quiere que coma) pues le cuenta cuentos, le da juguetes, hace cosas divertidas para distraerlo… Pues todo esto es inadecuado (si queremos que coma normalmente), ya que el niño aprende que si come bien no pasa nada de esto divertido y que si se niega a comer, entonces sí que pasa.
La hora de comer es para comer, no para hacer un espectáculo. Si caemos en esta trampa, somos los adultos los que nos equivocamos. La preocupación por la salud del niño es lícita, pero si la madre tiene demasiado miedo (exagerado), va a arrastrar a su hijo a conductas que más adelante le traerán verdaderos problemas. A ningún niño le pasa nada si come menos o no come en alguna ocasión. Hemos de aprender a respetar la fisiología del niño. A veces no quiere comer más porque está gestando algo. Si le obligamos a comer, luego vomita y se pone enfermo (porque ya se estaba enfermando). También hay que respetar sus gustos respecto de los sabores, e ir introduciendo las novedades poco a poco.
El Modelo
Gran parte del aprendizaje de los niños es mediante la imitación. Los niños imitan las conductas de los mayores y la comida no se escapa de esta realidad. Si los adultos que suelen comer en presencia del niño tienen comportamientos específicos (no comen nunca de algo, rechazan a menudo comidas, comen con los dedos, mastican haciendo ruido, hablan con la boca llena…) el niño puede imitarlos con facilidad. Lo que pasa es que casi nunca los adultos toman conciencia de que siempre son un modelo para el niño, y se extrañan de ciertas conductas en su hijo, cuando son ellos mismos quienes las hacen. El adulto puede exigirle que coma sentado, mientras él, lo hace de pie, haciendo mientras otras cosas. Cuando tomamos consciencia de que todo lo que hacemos los adultos es un modelo para los niños, comenzamos a corregir nuestro propio comportamiento.
El ambiente
El lugar en el que come el niño y los estímulos que ocurren en él, influyen en su conducta alimentaria. Los juguetes, la televisión, los cubiertos, y cualquier objeto al alcance de su vista, pueden distraerlo. Si la madre necesita que coma, puede permitirle que coma en el sofá, de pie, en la terraza; que coma con los dedos en lugar de con los cubiertos, que ingiera solo los alimentos que desea y no otros…
Lo que hemos de comprender es que el niño aprende, y aprende rápido. Depende de cómo sea la actitud y el comportamiento del adulto respecto de la comida y el acto de comer, el niño puede aprender a conseguir lo que quiere, a cambio de comer.
En el artículo que versa sobre cómo resolver estos problemas, tendremos ocasión de aprender cómo conseguir nosotros (los adultos) lo que queremos (a la hora de comer).
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